Una Reina sin títulos nobiliarios

Una Reina sin títulos nobiliarios

Después de lo que os he compartido, me parecía importante, terminar el mes de Mayo con esa invocación que hacemos a María, al rezar los misterios gloriosos y que tanto me gusta asignarle: La Coronación de María como Reina y Señora de Cielo y Tierra.

Soy consciente de que este epígrafe, cuando menos suena raro, pues si examinamos un currículum, lo primero que buscaremos serán: los títulos académicos, los masters realizados, los idiomas que se dominan… y, por supuesto, tratándose de una reina, los títulos nobiliarios que posee.

Sin embargo, sorprende observar que, la Reina a la que hoy nos referimos no ostentó ningún título, no recibió ningún Óscar, no le dieron el premio Cervantes, ni el premio Planeta… ni siquiera fue nombrada premio Nóbel de la Paz… y, sin embargo, en su vida se funden los más onerosos títulos que fueron apreciados, ni más ni menos que por el mismo Dios. Parece que, de nuevo, la realidad demuestra que, el concepto que tiene Dios de título difiere un poco del que tenemos nosotros.

¡Quién iba a pensar que, aquella muchacha de pueblo se convertiría en: “Reina y Señora de todo lo Creado”! pero, todavía es más asombroso descubrir la manera tan singular, por la que iba a llegar a serlo.

María era una muchacha alegre y bondadosa, cercana a todas las jóvenes de su edad y nada hacía presagiar en ella cosas sorprendentes. Sin embargo su interior albergaba algo singular, algo que la distinguía de todas las demás; era, su porte de gran dama; un porte que no lo da la alcurnia, ni las clases de etiqueta, ni las de protocolo…; era, esa manera de comportarse, que solamente la da el haber hecho una opción, seria, por el Señor y el haberle dejado entrar en su vida.

Y… así, desde la sencillez más absoluta, sin hacer nada extraordinario, sin tener pretensión alguna, sin esperar nada destacado… alguien aparece para entregarle: el Título más sublime, que jamás hubiera conocido ni podrá conocer la historia humana, ser: La Madre de Dios.

Pero este título no viene solo, con él trae: La Misión que María debería asumir en la historia de la salvación.

Porque esto es lo nuclear; esto es lo que nos lleva al centro del misterio. Todos los demás títulos, hasta llegar a ser Reina se derivarían de este; todos se fundamentarían en su vocación de ser: Madre del Redentor; todos emergerían de, este plan asombroso de Dios en el que: María, una criatura humana, fuese elegida para realizar el plan de salvación, centrado en ese gran misterio, de la Encarnación del Verbo.

De ahí que, desde ese crucial momento, las sorpresas se desatan. El currículum del que hablaba, se hace añicos. La mente humana se perturba y los planes de Dios aparecen con Luz propia, ante el gran desconcierto de los que van a contemplarlos.

MOMENTO DE ORACIÓN

Estamos en presencia del Señor. Vamos dejando que, el sosiego y la calma nos inunden.

Dejamos que, en este sosiego, la certeza nos haga ver -como lo vio María-  que, Dios nos renueva y nos llena de fuerza en cada instante, para dar el siguiente paso. Aunque, sepamos que para ello, nuestra fe necesite renovarse.

Por eso estamos aquí, para que calladamente, la fortaleza y la paz se vayan adueñando de nuestra alma.

Y llenos de confianza, en el que todo lo puede, comenzamos nuestra oración.

MARÍA ES PROCLAMADA REINA

Si al entrar en el mundo de Dios todo se trastoca, para que se realizara esta situación tan especial, la cosa no iba a ser menos.

Así vemos que, las cosas de Dios vuelven a alterar nuestra realidad y resulta que María llega a ser Reina por ser la madre de un Rey y no al revés. Y, lo que es más, se convierte en la madre de un Rey sin trono, absurda situación. Pero como decía Martín Descalzo, Dios entra -la mayoría de las veces- por la puerta de atrás.

Esta reina, de la que hablamos, un día descubre que no tiene un lugar digno, donde pueda traer a su hijo al mundo. Todo está ocupado. Por lo que, un establo y un pesebre serán los primeros en recibirlo. Pero según vemos, esto estaba previsto en los planes de ese Dios, en el que ella había creído, la Reina no tiene posesiones y el Rey no tiene trono.

Sin embargo, esto no quedaría ahí. Aquella situación y aquel lugar que, se plasmaba entonces, sigue estando vigente en nuestra realidad.

No tenemos nada más que echar un vistazo para observar que Dios sigue sin tener sitio en nuestra sociedad, culta y glamorosa. Tenemos todas las estancias ocupadas con la moda y el estatus social. Imposible hacer hueco en nuestra historia, a alguien que viene cargado de pobres, marginados y excluidos ¿qué dirían de nosotros si nos encontrasen con esa clase de gente?

Si, al menos, la acompañasen los Magos quizá tuviera más aceptación, pues las personas relevantes parece que nos dan otra seguridad.

Nuestra sociedad no será nunca capaz de entender que para subir tenemos que descender, porque es bajando como se sube ¿o no es eso lo que, Jesús, hizo cuando quiso acercarse a nosotros?

Posiblemente, la Madre tendrá que presentarnos de nuevo a su Hijo ¡Sabemos tan poco de Él! ¡Se nos ha olvidado tanto lo que nos enseñaron! Es ciertamente triste comprobar que, muchos de los niños pequeños y de los que vayan naciendo en la actualidad no tendrán a nadie que les hable de Jesús porque, sus padres ¡tienen tanto que hacer, tanto que trabajar y tanto que descansar, que les es imposible ocuparse de estas cosas!

  • Y, todo esto ¿qué dice a mi manera de vivir?
  • ¿Me he planteado que para subir hay que descender?

EL IMPACTO DE UNA REINA

Sin pretenderlo María pasó a ser la referencia, lo mismo que lo son las reinas para su pueblo. Pero la referencia de María, ha quedado claro, que es distinta a la cualquier otra reina.

En el ambiente donde nos movemos observamos muchos tipos de reinas. Además de la reina que ocupa, merecidamente, el lugar prioritario en un país; tenemos la reina de la fiesta, la reina del carnaval, la reina de la belleza… Los reinados surgen, según las necesidades de unos cuantos y, normalmente, para generar beneficios. ¿Cómo entender desde esta perspectiva el que María sea Reina?

Si hablásemos de ello en una tertulia normal, la gente al irse a casa buscaría en Google, para ver de dónde había salido una Reina tan singular. Pero fijaos que tipo de Reina es María que no necesita aparecer en Internet para que todos la conozcan. Ella es:

  • La Reina de los pueblos.

¿Qué pueblo no tiene por patrona a María bajo una advocación?

  • Ella es: la Reina de la familia.

Y a ella acudimos en cualquier adversidad.

  • Ella es: la Reina de la paz.
  • Es: La Reina de la Iglesia. El auxilio para todos sus hijos.
  • Pero, también es: la Reina de los Ángeles y de los Apóstoles,

es… la Reina de los Mártires y es, la Reina de todos los Santos.

Sin embargo, a pesar de toda su grandeza, lo que más le gusta a la Madre es ser, Reina de cada corazón.

  • ¿Le dejaremos reinar en el nuestro?

UNA REINA SIN CORONA

María no tenía coronas pero, coronada de bondades pasó a la vida plena. Ella no puso condiciones a los designios de Dios, puso su arcilla en manos del Señor y el amor, convirtió en milagro su barro.

Ella, lo mismo que Jesús, supo seguir amando en las horas oscuras, en las que, la luz no brilla y el sol se oscurece y, desde su gran generosidad, se encontró con la maravilla del amor resucitado:

  • Personalizó su fe y experimentó a Dios.
  • Interiorizó la Palabra y descubrió una nueva manera de vivir.
  • Acogió el sufrimiento y encontró sublimada su esperanza.
  • Descendió hasta su fondo y halló la reconciliación.
  • Encontró que el Reino de los Cielos estaba dentro de Ella y fue testigo del gozo que supone poseer a su Señor.

Por eso, un día, pudo decir sin intimidarse: (Lucas 1, 52 – 57)

“Mi alma engrandece al Señor:

porque ha derribado a los potentados de sus tronos,

para ensalzar a los humildes;

porque llena de bienes a los hambrientos

y a los ricos los despide vacíos;

porque acoge a todos con misericordia,

según lo había prometido”

La misericordia del señor llena la tierra

La misericordia del señor llena la tierra

Estamos en el segundo domingo de Pascua; en el que, como todos sabéis, se celebra La Divina Misericordia.

Fue, el Papa Juan Pablo II, el promotor de tan magnífica iniciativa. Avalada por su sucesor Benedicto XVI, con su encíclica Deus Caritas est (Dios es amor) y por nuestro querido Papa Francisco que, la presentó en su primer Ángelus tras su nombramiento.

Y, es impresionante ver que, los tres hayan entendido que, el mundo de hoy, tiene una gran necesidad de contar con personas misericordiosas: personas que beban en la gran misericordia brotada del Corazón de Cristo, para ser capaces, después, de entregar su vida en favor de los demás.

Porque la persona de hoy necesita, más que nunca: que, le ayuden a aligerar su carga; a salir del virus que la circunda; a aumentarle su esperanza… A demostrarle que, el corazón de Dios camina siempre en el corazón del mundo.

 

Por eso, lo primero que haremos es decirle al Señor.-

Señor: Aquí estamos necesitados de tu misericordia.

Tú, mejor que nadie, conoces nuestros temores, nuestros desalientos, nuestras incertidumbres…

Tú sabes… que, aunque lo intentamos, nos cuesta  saber cómo llegar a tu corazón misericordioso.

 

Por muy mal que os sintáis –nos dice Dios- lo importante está en no desanimaros.

Ya veis que, aquí estoy Yo esperándoos siempre.

Depositad todos vuestros problemas en mi corazón.

Decidme todo lo que os pasa, descubrid esas heridas que dañan vuestro interior; porque Yo las vendaré, las curaré, y convertiré vuestro sufrimiento en fuente de salvación.

 

Pero Señor… Tú sabes que somos frágiles y débiles; que nos cuesta salir del “pelotón” y dar la cara; que nos paralizan los condicionamientos…

Tú sabes… que, necesitamos que, seas Tú, el que insertes en nuestro corazón tu misericordia.

Sabes que nos proponemos ser más coherentes y que, sin darnos cuenta volvemos a la rutina cayendo en los mismos errores.

Conoces… todas las dudas que, nos acompañan ante cualquier decisión y estás al tanto de que, el trato con los demás, muchas veces nos irrita, nos desinstala y nos deprime.

 

Por eso, -Yo, vuestro Dios-, quiero deciros hoy -a vosotros- los que habéis optado por Mí, que el mayor obstáculo para seguir la senda que os he marcado es: el desánimo, el cansancio y la inquietud injustificada, pues ellos quitan la energía necesaria para lograr ponerse de nuevo en pie y seguir el camino encomendado.

Tened en cuenta que, el desasosiego quita la paz interior, a la vez que nos impide ver que, la agitación y el agobio, son frutos de nuestro amor propio.

Por eso, ¡no temáis! Confiad en la misericordia de mi corazón. Porque Yo estoy con vosotros.

Apoyaos en mis brazos, dejad que mi amor penetre vuestra alma y contad con que, mi bondad, en esos momentos duros, os protegerá como fuerte escudo.

MOMENTO DE ORACIÓN

 

“Jesús dijo: Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a la gente sencilla. Sí, Padre, así te ha parecido mejor.

Todo me ha sido entregado por mi Padre y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiere revelar.

Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados y yo os aliviaré. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera” (Mateo 11)

 

LA GRATUIDAD DE DIOS

Vivimos en el mundo de la compra-venta. Todo tiene un precio y por todo exigimos una recompensa. Tanto produces, tanto te vamos a pagar.

Este modo de pensar, nos hace difícil acercarnos a Alguien que habla de gratuidad, que regala sus dones sin esperar nada a cambio.

La persona de hoy hace las cosas pensando en la recompensa,  desconfía de la gente y trata de asegurar su paga.

Por eso, nos cuesta tanto entender a Jesús Resucitado. También a Él le exigimos recompensas, le exigimos distinciones.

Somos incapaces de darnos cuenta de que, cuando nos acercamos al Señor Resucitado, cuando nos sentimos acogidos por Él… todo cambia.

Pues, ¿acaso a alguien que se siente acogido por el Señor, le puede quedar tiempo para pensar en recompensas? ¿Acaso, mientras nos sentimos abrazados por el Padre, podemos estar pensando en lo que nos dará a cambio?

Quizá sea aquí, donde radique el problema. Por eso, esto es lo que necesita saber el mundo de hoy y lo que nosotros necesitamos interiorizar. Que, lo que importa es Cristo y sólo Cristo y… que, lo demás es accesorio. Que, lo realmente importante es Él, como máximo DON, como único DON.

  • ¿Qué podría decirle yo, personalmente, a Jesús Resucitado, sobre lo que significa para mí, su misericordia?
  • ¿Qué podría decirle, de cómo vivo la misericordia en mi corazón y en mi manera de practicarla?

 

No nos cansemos nunca, de decirle al Señor, con las palabras de fray Miguel de Guevara:

“Señor, no me tienes que dar,  porque te quiera,

pues, aunque lo que espero no esperara,

lo mismo que te quiero, te quisiera”

 

LA MISERICORDIA Y MARÍA

Cuando se habla de misericordia, no podemos olvidarnos de María, pues        si hay alguien que aprendió, de manera primordial, lo que es la misericordia fue, precisamente ella.

María aprendió a ser: hija, madre, esposa, creyente, fiel… junto a la Gran Misericordia. Por eso cuando nos muestra a su Hijo, no lo hace porque nos vaya a dar algo o nos lo vaya a quitar, sino por lo que ES: Jesús, el hijo de Dios, la Misericordia Infinita.

       Y, junto a su Hijo, aprendió de tal  manera a practicarla, que hoy le seguimos diciéndole: “Vuelve a nosotros tus ojos misericordiosos”

        

Por eso, para terminar, vamos a pedirle que nos preste sus ojos misericordiosos, para mirar a este mundo tan necesitado de amor y nos enseñe a amarlo como ella lo ama; pues cuando una persona se siente amada, es capaz de amar mucho más. Ya que,

La misericordia es la armonía del alma.

 

Viacrucis – 3ª Estación – Jesús es juzgado injustamente

Viacrucis – 3ª Estación – Jesús es juzgado injustamente

Te adoramos, ¡oh Cristo! y te bendecimos porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo

 Cuando se trata de juzgar a alguien es mejor elegir la noche, para no dar notoriedad. Tampoco importan las rencillas que haya, entre los que se erigen jueces, cuando lo que se busca es dictar una condena. Por eso encontramos a todos reunidos: Sumos sacerdotes, senadores y letrados; se trata de condenar a un “blasfemo” que, públicamente ha tenido la osadía de declararse Hijo de Dios.

Es cierto que la cosa no está demasiado clara, pero la condena tiene que prosperar, por lo que sin importarles lo más mínimo, han de buscar testigos falsos y pruebas inexistentes que corroboren su intento. Entonces me di cuenta de que, todos creían tener poder para juzgar a Jesús, aunque al encontrárselo de frente, tuviesen que hacer un gran esfuerzo para aparentar una tranquilidad que no poseían.

Al mirarle, les parecía imposible cuanto habían dicho de Él, ¿qué podría tener ese pobre campesino para imponer tanto respeto? ¿Qué podría haber hecho para darles miedo al ir a prenderlo?

Los informes que les habían llegado sobre el Nazareno hablaban de su buen conocimiento de las Escrituras y su hábil dialéctica  pero ¿qué era, realmente lo que predicaba? ¿Dónde lo había aprendido? ¿Cuáles eran sus verdaderas intenciones?

La boca del gobernador se abrió para decirle:

“Si eres tú el Mesías dínoslo. Jesús les contestó: Si os lo dijese no me creeríais, pero sabed que el Hijo del hombre estará sentado a la diestra de Dios” (Lucas 22, 67 – 70)

 

 

HACEMOS SILENCIO

       ¡Qué gran lección se presenta en nuestra vida!

¡Qué necesario aprender que, antes de juzgar a los demás, hemos de juzgarnos a nosotros mismos!

No he venido a juzgar, dice Jesús, sino a salvar. Pero a Él lo están juzgando y no de manera limpia.

Sin embargo, es grandioso observar que, Jesús no juzga, pero tampoco pacta con el mal, Él enseña la manera de obrar claramente y con valentía. ¡Cuántas veces estamos recriminando nosotros, a la persona que juzga, sin darnos cuenta de que en ese momento la estamos juzgando nosotros a ella!

Por eso es importante que nos digamos con frecuencia ¿quién soy yo para juzgar? Yo no estoy aquí para juzgar, ni para criticar… yo estoy aquí, para construir, para regalar misericordia, para ofrecer compasión… y, como Jesús, para señalar lo que, creo que no está bien.

El mismo San Pablo nos lo dice de esta manera, en Romanos 14, 13: “Dejemos de juzgarnos mutuamente…” Sabiendo que, dejarnos de juzgar unos a otros, nunca debe conducir a la pasividad de quitarnos problemas de encima, sino a buscar una actividad y un compromiso en común.

“Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso; no juzguéis, y no seréis juzgados; no condenéis, y no seréis condenados; perdonad, y seréis perdonados; dad, y se os dará: os verterán una medida generosa, colmada, remecida, rebosante, pues con la medida con que midiereis se os medirá a vosotros”

                                              (Lucas 6, 36-38)

MOMENTO DE ORACIÓN

Señor, tú sabes que somos muy dados a juzgar a los demás y que, a veces no nos importan las armas que usemos con tal de salirnos con la nuestra.

Pues… ¡qué fácil es juzgar! ¡Qué fácil es, hundir a una persona! También nosotros estamos juzgando a Jesucristo cuando lo hacemos con los que nos rodean.

         Porque lo que realmente nos asusta es la verdadera vida, la existencia cimentada en el evangelio de Jesús, la gente que va  contra corriente…

         Por eso, quizá lo que en este momento deberíamos hacer, es preguntarnos como ellos ¿quién es, el Jesús en el que creo? ¿Qué significa en mi vida? ¿Soy realmente consciente, de que Jesús no vino a juzgar sino a salvar?

Ayúdanos, Señor, a ser misericordiosos, a aprender de Ti que, no viniste a juzgar sino a salvar;  y, aunque a veces nos cueste, sigamos sin desfallecer las enseñanzas del evangelio, cuyo centro se basa en dignificar a la persona.     

—–   Padrenuestro, Avemaría y Gloria…

“Señor, pequé. Ten misericordia de mí y de todos los pecadores.

Viacrucis – 2ª Estación . La traición de Judas

Viacrucis – 2ª Estación . La traición de Judas

 “Te adoramos, ¡oh Cristo! y te bendecimos porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo

 Judas acudió a cenar pero se le veía como fuera de sí. En la mesa se puso lejos de Jesús. Con la bolsa en la mano y a medio sentar, daba la impresión de tener algo importante que hacer. Yo creo que todos nos dimos cuenta, pero ninguno pudo albergar en su cabeza lo que pasaba en realidad.

Cuando Jesús se puso a lavar los pies, el gesto de Judas fue de fastidio, -un rato más viéndolo cara a cara- pero como otro cualquiera se dejó lavar por Jesús.

Sin embargo, cuando Jesús beso su pie, la cara se le llenó de un rojo, tan intenso, que parecía le iba a estallar; aunque haciendo un esfuerzo sobrehumano intentó que todo siguiese con naturalidad.

No imaginaba Judas que, unos momentos después Jesús, se atreviese a decirnos:

“Uno de vosotros me va a entregar. Todos preguntamos ¿Señor, acaso soy yo?

Jesús, ajeno a los comentarios, siguió diciendo ¡ay de quién entregue al Hijo del Hombre! Más le valiera no haber nacido” (Marcos 14, 17-22)

 

HACEMOS SILENCIO

Me sitúo, ante las traiciones que hoy se siguen cometiendo impunemente –con el mismo desgarro que la traición de Judas- aunque, solamente, pongamos el énfasis en la de Judas, para tapar las repercusiones de las nuestras.

Observo, el dolor que produce una traición.

Observo las traiciones por promesas incumplidas.

Las traiciones, por falta de autenticidad.

Las traiciones, por querer sobresalir.

Las traiciones, por evitar un “qué dirán”…

Pienso en esas veces que, me he visto traicionado por gente que creía quererme y solamente me utilizaba, para sacar provecho.

Pienso en gente que, como Judas, eran seguidores de Jesús, sin embargo, como él, también fueron capaces de cometer una traición.

Ahora, pienso en las veces que, he sido yo el que he traicionado.

El que he hecho sufrir.

El que, me creía seguidor de Jesús y, cuando las cosas se han puesto difíciles, no he dudado en traicionarle.

Me detengo a ver, mis justificaciones para hacerlo.

Pero daremos un paso más. Ahora, pondré cara y nombre a la persona a la que he traicionado. Y observaré… ¿puedo mirarle de frente?

¿Me he dado cuenta de que cuando traiciono a una persona estoy traicionando a Jesús, lo mismo que Judas?

 

MOMENTO DE ORACIÓN

También hoy, la gente se reúne para cenar en señal de fiesta; pero, como en aquella noche, no todos los asistentes buscan cenas fraternas.

En las mesas de hoy día, también se firman traiciones, se compra la difamación, se refrendan sentencias injustas… No importa condenar a un inocente si ello conlleva un suculento beneficio, no importa el dolor de unos padres, de unos amigos… si ello nos va a aportar un retazo de dicha.

Jesús, ¡cómo necesitamos que nos muestres nuestro vil comportamiento, nuestra dureza de corazón, nuestra equivocación y nuestra obstinación!

Danos luz para conocerlo, valor para tratar de corregirlo y fuerza para llevarlo a cabo.

 —–   Padrenuestro, Avemaría y Gloria…

 “Señor, pequé. Ten misericordia de mí y de todos los pecadores.

 

 

Orando el Viacrucis – 1ª estación

Orando el Viacrucis – 1ª estación

Llevo tiempo valorando, lo bueno que sería, vivir lo que queda de cuaresma hasta el domingo de resurrección, recorriendo el camino que, Jesús recorrió en el itinerario de la Pasión. De ahí que me haya decidido a ofrecer este Viacrucis.

Y lo he escogido, porque me parecía importante que fuese un testigo el que hablase, ya que los testimonios siempre calan de manera especial. Quería ponerlo en boca de alguien que lo hubiera visto y lo hubiera vivido todo en primera persona; alguien que estuviese sintiendo y regalando a la vez, sus sentimientos.

Me atrevería a pediros que, este Vía Crucis, no fuese un Vía Crucis más para llenar nuestra cuaresma, sino que fuese algo especial. Pues nosotros, que tenemos la suerte de haber conocido la Resurrección, no podemos vivir el Vía Crucis solamente como un hundimiento cruel, tenemos que contemplarlo con ojos resucitados.

Tenemos que acogerlo como una realidad, que no anula para nada la sorpresa y el desconcierto pero que, la sublima y la engrandece al llegar el momento en que, la Vida vence a la muerte.

Porque Jesús, no subió a un madero para dar compasión, sino para devolver la dignidad a cada ser humano, enalteciendo sus muertes y sus caídas. Nuestro Dios, no es un Dios de muertos sino de vivos. Un Dios cuyo signo inconfundible de entrega es: el Amor que produce vida.

Pidamos al Señor la gracia de, que este Vía Crucis nos ayude, en este difícil momento, a llegar a la Pascua abrazados a la Cruz Salvadora.

 

             VÍA CRUCIS

 

Yo soy el testigo que estaba allí aquella noche… y todavía me estremezco al recordarlo.

Pero ¿sabéis una cosa? ¡Quiero seguir recordándolo! ¡Quiero que nunca se olvide!

Bien sé, que los modernos me dirán que recordar hechos dolorosos es malo para la salud; que es importante olvidar para vivir el presente, que la gente, enferma por inmortalizar las cosas adversas de la vida.

Pero yo no me lo creo. Yo sé, que la gente enferma porque no es capaz de amar en el recuerdo.

  • ¿Acaso yo podría vivir olvidando, lo que, por amor, vi hacer a Jesús?
  • ¿Acaso podría olvidar que lo hizo por nosotros?
  • ¿Acaso podría dejar de lado sus últimos gestos de donación y entrega?

¡No, no puedo olvidar! Ni puedo ni quiero. Porque eso, precisamente eso que, a nosotros nos parece lo más nefasto de la historia de la humanidad, es lo que nos ha llevado a la plenitud y la dicha.

 

1ª Estación.-

LA ORACIÓN DE JESÚS EN EL HUERTO

    Te adoramos, ¡oh Cristo! y te bendecimos porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo

La Cena había terminado y todos, menos Judas que, hacía ya un rato que nos había dejado, seguimos a Jesús. Con un silencio que taladraba llegamos al Huerto de los Olivos para orar.

Todos nos mirábamos unos a otros, sin saber qué sentido darle a lo que estaba pasando. Pero Jesús, sin decirnos nada, aunque mucho más contenido que de costumbre, se introdujo unos pasos más adentro cayendo en tierra, de rodillas.

Ver a Jesús comunicarse con el Padre, era algo que sobrecogía, pero lo de ese instante era distinto, tenía una fuerza incomparable a la que conocíamos. Al contemplar su recogimiento, todos nos miramos un poco alterados.

Después de lo que habíamos presenciado en la Cena, no necesitábamos más, para estar dispuestos a darlo todo por Él, sin embargo, nuestra fragilidad humana, hizo que no tardásemos en quedarnos dormidos.

Jesús al vernos dormir nos dijo:

“¿De modo que no habéis podido velar conmigo una hora? Velad y orad para no caer en la tentación” (Mateo 26, 40)

 

HACEMOS SILENCIO

Contemplamos el mundo que nos rodea.

Vemos como está pasando su propia pasión.

Nadie puede escapar de ella. La pandemia no entiende de clases sociales, ni de edades, ni de medios económicos, ni de “buenos y malos”…

Tomamos conciencia de que, nos maneja sin pedirnos permiso. Los casos suben y bajan, sin que nosotros podamos controlarlos.

Observamos, cómo se va apoderando de nosotros el miedo, la duda, la desconfianza, la indecisión…

Como Jesús, estamos en la “soledad de nuestra vida” asustados, temerosos, indecisos…

Pero Jesús ora al Padre, para que le ayude a pasar por todo lo que, sabe que le espera de pasión y cruz; mientras nosotros sólo queremos solucionar todo por nuestros propios medios, “para volver a lo de antes”

Nos detenemos para ver qué lugar ocupa Dios en todo esto que estamos viviendo.

Nos detenemos a ver, si nuestro compromiso es, vivir todo desde el amor, como era el suyo.

A ver, si somos capaces de ir dando retazos de nuestra vida como Él la dio. Y desde el fondo de nuestro corazón le decimos:

              Señor dame la gracia de hacerte presente en mi vida”

 

MOMENTO DE ORACIÓN

Esto no ha cambiado Señor.

Bien sabes que, también nosotros seguimos dormidos ante el sufrimiento de los demás.

¿Quién no carga su pesada cruz viendo, cómo la indiferencia de los otros, les hace dormir en lugar de prestar ayuda?

Y, ya ves. Aquí estamos ante Ti, con esta pandemia que no da tregua. Aquí estamos cansados, llenos de temor, de incertidumbre… ¡Llevamos ya demasiado tiempo en esta situación!

Y nos damos cuenta de que, también nosotros dormimos ante tanto desajuste, tanto dolor, tanto sufrimiento, tanto paro, tanto desamor, tanta hambre, tanto descontento…

 Por eso, desde hoy, Jesús, queremos que seas Tú el que nos despiertes. El que presida nuestros dolores, nuestros infortunios, nuestras cruces… Pues sabemos bien que, aunque el peso no se aligere demasiado, contigo se convertirán en Redención.

             —–   Padrenuestro, Avemaría y Gloria…

“Señor, pequé. Ten misericordia de mí y de todos los pecadores.

La Transfiguración

La Transfiguración

Este año Jesús, nos invita con más fuerza que nunca, a que lo acompañemos al Monte de la Transfiguración.

Sabe que, estamos llenos de dolor, de incertidumbre, de miedos… sabe que el sufrimiento nos está machacando y sabe que, es difícil aceptar la Cruz, si antes no hemos experimentado el amor.

Por eso nos llama hoy, para mostrarnos su gloria, su cercanía, su amor… ya que, Él, sabe mejor que nadie que, la cercanía de Dios siempre transfigura.

Y ¿por qué quiere Jesús manifestarnos su gloria? ¿Acaso no se ha dado cuenta de que, el hundimiento donde estamos metidos, no nos deja lugar para fiestas? Claro que se ha dado cuenta. Somos nosotros, los que no nos hemos dado cuenta de lo que, Jesús pretende.

Jesús,  nos ha elegido para subir con Él al Monte, porque nos ama y sabe que, nadie que presencie su gloria seguirá siendo el mismo. Su gloria nos hace criaturas nuevas, con un corazón grande para regalar amor allá por donde pasemos y si hay algo que necesita –con urgencia- el mundo de hoy es sentirse amado.

¡Cómo echan en falta el amor los que están solos en las UCIS! ¡Cómo necesitan amor, los que están en esas largas filas, esperando que les llegue el turno, para que les den algo de alimento! ¡Cómo necesitan amor, los que tapan sus carencias haciendo fiestas prohibidas!… ¡Qué carentes de amor están los que nos dirigen creyendo que, tienen todo controlado y que, nada ni nadie, podrá desestabilizar sus planes!

Por eso, ahí está lo importante. Lo que, realmente, necesitamos encontrar en aquel monte, es el sentirnos amados por el Señor.

Porque, es verdad que será primordial ver transfigurado el rostro de Jesús. Contemplar, como sus vestidos se vuelven blancos como la nieve; como deslumbra su resplandor… Será impresionante oír la voz del Padre diciendo “Este es mi Hijo ¡escuchadle! Pero si tanta fascinación no nos ha llevado a sentirnos amados por el Señor, habrá sido una preciosa travesía, pero no habrá cumplido su objetivo. Porque La Transfiguración es una experiencia de amor.

       Esto mismo puede pasarnos en lo cotidiano. Hemos optado por el Señor, queremos seguirle, trabajamos por los necesitados, damos catequesis, vamos a la Eucaristía, comulgamos. Asistimos a un montón de charlas, de reuniones… ¡perfecto! Pero si eso no nos lleva a tener una experiencia fuerte de Dios, si no nos lleva a experimentar su amor de manera que le busquemos –además de en todo lo que hacemos- en esos momentos de silencio y soledad –lo mismo que lo buscaba Jesús- nos faltará lo más importante; nos faltará… lo que, realmente, nos hace Vivir.

      MOMENTO DE ORACIÓN

Llegamos al momento de oración. Dejamos lo que estamos haciendo. Hacemos silencio, nos serenamos… dejamos a un lado todo eso que nos preocupa… respiramos profundamente… Tomamos conciencia de que estamos ante el Dios de la vida… y llenos de paz, comenzamos la oración.

 MIRANDO CON OJOS NUEVOS

Cuando a nuestra vida llega la experiencia de ser valorado, de ser amado, de ser acogidos por lo que somos… llega con ello la experiencia de conversión. El amor de Dios transfigura por fuera y por dentro y lo más profundo de nosotros resurge, se dinamiza, empieza a tener vida…

Yo creo que, esto es lo que más necesitamos en este momento que estamos viviendo. Un día y otro nos vamos dando cuenta de que, este pozo donde nos hemos metido nos está aplastando sin piedad y, le pedimos a Dios que nos saque de él, pero a nuestra manera, con nuestros procedimientos… nosotros no queremos convertirnos, queremos solamente volver a lo que nos estaba devaluando como personas.

Queremos… pasarlo bien, tener dinero en abundancia, puestos de trabajo donde se paguen sumas interminables –sin mirar la manera de conseguirlas…- Queremos que Dios saque la varita mágica del bolsillo y nos dé lo que le pedimos, sin poner nosotros nada de nuestra parte. Pero, no os creáis que, esto suena a nuevo; antes que nosotros, ya se lo pidió Pedro, cuando estaba con Él en el Monte: “Señor, hagamos tres tiendas…”

Y ahí es donde está el problema en que, no sólo vemos el dificultad de hoy, sino la falta de salida para el mañana. Por eso.

  • ¿Cómo podríamos llevar amor, a los que viven solos, sin poder salir de casa por miedo al contagio o por incapacidad física?
  • ¿Qué antídoto necesitamos, para salir de la melancolía, la desesperanza y el desengaño?

 

BAJANDO DEL MONTE

El amor que en el Monte hemos recibido, lo que vivimos junto al Señor, no nos lo podemos guardar para nosotros solos.

Es, Jesús, el que nos lo dice. Tenéis que volver a todo eso que os machacaba. Tenéis que llevar a todos la grandeza de lo que, aquí habéis recibido. Abajo os espera mucha gente que sufre, no sólo de enfermedad, sino también de falta de entendimiento, de falta de generosidad, de indiferencia, de soledad… Gente que necesita la luz del consuelo, de la comprensión, de la ayuda para seguir adelante.

Es necesario que, no sólo reciban la tan ansiada vacuna, sino también un antídoto contra la soledad, el desaliento y la decepción. Necesitan recibir un acercamiento amistoso, un mensaje oportuno, una llamada atenta… una terapia humanizante que, les alivie el riesgo de la incomunicación y el replegarse sobre sí mismos.

  • Y yo ¿qué podría hacer, para que todo esto se fuese haciendo realidad en mí?
  • ¿Seré capaz de vaciarme de mi propio vacío, para dejar que lo llene Dios de libertad y misericordia?
  • ¿Estoy dispuesto a abrirme a la novedad de Dios?

 

LLENOS DE ESPANTO

La experiencia de Dios es algo que sobrecoge. Por eso nos dice el relato que, los discípulos, al oír la voz del Padre “llenos de espanto…  caen al sueloMateo 17,6- Pero no pueden olvidar lo que la voz ha dicho ¡Escuchadle!

Jesús, al verlos en el suelo “se acerca y, tocándolos, les dice: ¡Levantaos! ¡No tengáis miedo!” Jesús sabe que necesitan experimentar, no sólo el resplandor de su rostro; sino además, la cercanía humana, el contacto de su mano.

También los que, lo están pasando mal por la pandemia, necesitan la cercanía humana. Una cercanía que, tristemente, no pueden experimentar; por eso, necesitan oír una y otro vez –lo mismo que nosotros- ¡no tangáis miedo! Cuánto cambiaría todo, si fuésemos capaces de dejar que fuese el mismo Jesús, el que nos lo dijese, ¡Levántate! ¡No tengas miedo!

  • Y yo ¿tengo miedo? ¿A qué tengo miedo?
  • ¿Tengo miedo, de haber perdido mi seguridad?
  • ¿Tengo miedo, a no ver cumplidos mis sueños?
  • ¿Tengo miedo al dolor, al sufrimiento, a la enfermedad…?
  • ¿O… tengo miedo a abandonarme en el Señor?

 Porque no lo olvidemos.

Nuestra vida desde Dios, siempre comienza con una escucha.

A nosotros solamente nos corresponde dar una respuesta

a la Palabra recibida.

Llamados a entrar en el desierto

Llamados a entrar en el desierto

Ante nosotros se presenta una nueva Cuaresma. El tiempo se ha cumplido y Jesús, está dispuesto a llevar a cabo la misión, para la que ha sido enviado. De ahí que, esté decidido a anunciar el Reino de Dios con valentía y arrojo. Un planteamiento que, ha hecho que mi pregunta para este año, vaya en otra dirección. Os invito a que, os preguntéis conmigo: ¿estamos preparados, para llevar a cabo la misión para la que hemos sido enviados? ¿Estamos lo suficientemente maduros, como para entrar en nuestro desierto con Jesús, y afrontarlo como Él lo hizo?

Las primeras palabras, del evangelio de Marcos que, leeremos el primer domingo, nos lo dicen así: “el Espíritu, empujó a Jesús al desierto” Jesús no fue al desierto por elección, fue… por imposición.

Leo estas palabras y lo primero que viene a mi mente son, todos esos “desiertos por imposición” que, vamos creando, a la vez que miramos para otro lado, a fin de no encontrárnoslos de frente.

Retrocedo un año y recuerdo como fuimos empujados todos al desierto -de la pandemia- por imposición. Al comenzar la Cuaresma, apareció en nuestra vida: la soledad, la esclavitud y la tentación. Pero no estábamos preparados para ello, nos faltaba madurez.

Sigo el evangelio y leo que, “Jesús se quedó en el desierto cuarenta días, dejándose tentar por Satanás y viviendo entre alimañas…” observando entonces que, nosotros llevamos un año conviviendo con esta “alimaña” de la pandemia, metidos en todo tipo de esclavitudes y tentaciones y sin la menor preparación para saber cómo aceptarla.

 

Es ahora cuando pongo –de nuevo ante mí- la pregunta del comienzo: ¿estoy preparado, para entrar en el desierto como Jesús?

Jesús, pudo superar la prueba del desierto, porque estaba preparado. Llevaba treinta años preparándose, mientras nosotros intentamos pasar de un acontecimiento a otro en el espacio de tiempo más breve posible.

Es una situación que nos presentan, reiteradamente, los medios de comunicación. Un atleta, un gimnasta, una persona que hace deporte de riesgo… necesita un entrenamiento, una preparación para lograr sus objetivos. Pero nosotros queremos entrar y salir de nuestros desiertos, de nuestros vacíos, de nuestra debilidad… sin la menor preparación y sin el menor esfuerzo. Y, no sólo eso, además queremos que todos se den cuenta de lo que, hemos sido capaces de lograr.

 

Pero sabemos bien que, los frutos caen del árbol cuando han madurado y que, a nosotros nos queda mucho para madurar.

Acaso ¿nos ha servido, para madurar este sufrimiento de la pandemia? ¿Nos ha conectado de manera más fuerte con los nuestros? ¿Nos ha hecho más sensibles al sufrimiento de los demás? ¿Nos ha descubierto algo, de lo esencial de nuestra vida?… ¿O nos hemos pasado todo el año, replegados en nosotros mismos y huyendo del virus sin pensar, ni ayudar a los otros? ¿Hemos sido capaces de adherirnos al Señor, desde la oración y el silencio, con las realidades espantosas que, día a día se nos presentaban? ¿Hemos descubierto a Dios, en medio del desconcierto?

 

Volvemos a vernos inmersos en esta nueva Cuaresma. Volvemos a ser empujados al desierto. Volvemos a entrar en el confinamiento, el aislamiento, la restricción de encuentros, la imposibilidad de abrazarnos, de besarnos… Pero ¿nos encontramos maduros? ¿Preparados?… ¿Nos encontramos con fuerza para salir victoriosos de esta desolación?

Sin embargo, no todo es negativo, hay algo que nos llena de esperanza. La fe y el amor no se pueden confinar, ni lo que llevamos en el alma tampoco. ¿Quién puede quitarnos el amor que llevamos en el corazón? ¿Quién puede contradecir que, los besos y abrazos que, se dan desde lo más hondo, no necesitan mascarilla? ¿Acaso puede alguien confinar el amor que, Dios nos tiene?

Es tiempo de ensanchar el alma. Hemos visto que, para ello se necesita preparación, hacer ejercicio, ponerse en forma y aquí tenemos un tiempo precioso para, prepararnos a cumplir la misión que Dios tiene asignada para cada uno de nosotros. Aunque, quizá, antes de nada, sea preciso descubrir que, necesitamos tener una conexión más directa con Él, para que, todo esto pueda hacerse realidad.

MOMENTO DE ORACIÓN

Llegamos al momento de oración. Dejamos lo que estamos haciendo. Hacemos silencio, nos serenamos… dejamos a un lado todo eso que nos preocupa… respiramos profundamente… Tomamos conciencia de que estamos ante el Dios de la vida… y llenos de paz le decimos.

Aquí estoy ante Ti, Señor, porque quiero vivir esta realidad

que me machaca, con valentía y autenticidad.

Quiero vivir, desde la profundidad de mi corazón.

Quiero dejarme convertir por Ti, en una persona nueva.

Quiero llevar a cabo, todo esto que se me presenta,

para darte gloria, desde lo más profundo de mi corazón.

 

ANTE LO QUE NOS ESCLAVIZA

       Nos resulta difícil pensar que en el siglo XXI siga habiendo personas esclavas. Sin embargo hay muchas más de las que pensamos y con esclavitudes muchos más duras.

En este momento que nos ha tocado vivir, ya no hay gente atada con cadenas y recibiendo golpes del capataz. En este momento, las esclavitudes se llevan dentro y duelen mucho más. Estamos en un momento que, se nos machaca, se nos destruye, se nos arruina… y todavía seguimos esclavos del dinero, del poder, de la fama…

Pero hay otra esclavitud que todavía nos cuesta más trabajo superar, la esclavitud de adorar a falsos dioses, prescindiendo del verdadero Dios. La esclavitud de hacer lo que sea, para convertirnos en dioses y que los demás nos adoren y nos rindan honores, olvidándonos del dolor de los demás.

Hagamos silencio, dejémonos encontrar por el Señor. No cambiemos solamente lo externo que, a veces es fácil, cambiemos nuestra vida interior, porque es en los cimientos, en eso que no se ve… donde se sustenta la grandeza y la belleza del edificio.

  • Y yo ¿qué esclavitudes detecto en mi vida?
  • ¿Qué es lo que todavía me ata?
    • ¿Mis criterios? ¿Mis razonamientos?
    • ¿El caer bien a la gente?

 

NO NOS DEJES CAER EN LA TENTACIÓN

       Jesús, es introducido en el desierto para ser tentado. Y la primera tentación consiste en hacerle desistir de llevar a cabo su misión. ¿Para qué esforzarte si eso no te va a dar ningún beneficio?

Pero, el tentador sabe que, Jesús no aceptará su propuesta. Por eso la esconde en maneras de hacer el bien. Y, por eso nos resulta a nosotros tan fácil caer en ella, porque no hemos sido capaces de discernir lo que, se nos propone como lo hizo Jesús.

Lo nuestro es la inmediatez, la prisa, la rutina… no somos capaces de llegar a lo nuclear de lo que se nos propone, no somos capaces de ver que, el enemigo siempre está presto para acecharnos.

Y rezamos el Padrenuestro, una y otra vez. Y decimos no nos dejes caer en la tentación, ¿pero nos hemos parado a ver cuál es esa tentación de la que, estamos suplicando a Dios, que no nos deje caer?

La mayor tentación es creer que, lo podemos todo que, usando nuestra sabiduría y nuestras fuerzas nada fallará. Porque eso nos va vaciando por dentro, nos va creando una gran debilidad interior y nos va introduciendo en el miedo y la desesperanza.

De ahí que Jesús, en su entrada al desierto, nos quiera enseñar que, solamente el que ha optado por el Señor el que, ha decidido cumplir su voluntad, el que es capaz de darse; de sacrificarse, para que los demás tengan vida; el que es capaz, de dejar a un lado lo superfluo para vivir lo esencial y de implicarse en las  necesidades de los otros; será capaz de  hacer que sus tentaciones le ayuden a adherirse mucho más a Jesucristo.

  • ¿Qué dice todo esto a mi vida?
  • ¿Qué retos me plantea?
  • ¿Qué actitud nueva debo asumir, para saber discernir cuando me llega la tentación?
  • ¿A qué compromisos de vida me lleva esta realidad?

 

Terminaremos diciendo:

Aquí estoy, ante ti, Señor.

Dispuesto, a entrar en mi desierto,

para encontrarme contigo.

Para, tomar conciencia a tu lado,

de lo que soy y de lo que no soy,

para asumir mis oscuridades,

mis luces, mis miedos y mis conflictos,

para, tocar mi barro y optar definitivamente por Ti

San José, el camillero de la parábola

San José, el camillero de la parábola

Estamos en el día del enfermo. Por eso, para la oración de hoy, me he detenido en el segundo capítulo del evangelio de Marcos, donde se nos narra el hecho de ese paralítico que, fue presentado ante Jesús por cuatro hombres que, sobre una camilla lo hicieron llegar hasta él. Y, al reflexionar sobre ello, he pensado ¿cuánta gente presentaría S. José a Jesús, lo mismo que esos camilleros?

De ahí que, haya decidido que, sea S. José, el que presida hoy nuestra oración. Pues yo me imagino que, lo mismo que nosotros, diría a la gente de su tiempo: ¡No te preocupes que, esto te lo soluciona mi hijo en un momento!

Y… me parece asombroso cómo, sin pretenderlo, el relato del evangelio -tantas veces leído-, nos ha metido de fondo en la oración de intercesión. Esa oración que, utilizaremos hoy, para pedir por nuestros enfermos.

       Ya sé que, al decir esto, muchos estaréis pensando, pero si S. José es el patrono de la buena muerte ¿qué tiene que ver eso con la enfermedad? Pues tiene mucho que ver porque, aunque lo ignoremos es también esperanza para los enfermos. Ya que S. José, es capaz de darse cuenta, de todo lo que nos molesta o nos hace sufrir, para salir en nuestra ayuda.

Por eso, sería bueno que, hoy le pidiésemos la gracia de darnos cuenta, también nosotros, de esos que lo están pasando mal, a fin de que, nos ayudase a interceder por todos los que, están en un momento delicado –sea de la índole que sea- que, nos ayudase a unirnos a ellos de corazón, a sentir compasión por ellos, a experimentar sus sufrimientos en nuestra carne… y a  ponerlos –junto a él- ante el Señor para que los auxilie.

Porque eso es lo que, S. José hace. Cuando un enfermo se le acerca para pedirle auxilio, no puede ignorarlo; en el momento que se da cuenta de que le pide ayuda, no se para a mirar su vida, ni su forma de ser, ni sus debilidades… él, lo lleva rápido a Jesús para que lo sane.

Por eso, no nos dé miedo poner a todos los “lisiados” que encontremos en esa camilla que porta S. José. Pongamos, en este momento, a todos esos “lisiados” de esperanza. A esos “lisiados” de amor que, de tanto ver sufrimiento se les va secando el corazón. Pongamos, a los encerrados en su soledad; a los postrados en esa cama de hospital; a los que la gente no ve, porque están pasando todo en silencio, junto a las personas que los cuidan…

Sigamos poniendo enfermos, contagiados, moribundos… no nos dé miedo. Por muchos que pongamos, en la camilla siempre caben más. Pongamos también en ella, a este mundo enfermo de cuerpo y de alma, que lucha por salir de tanto deterioro, tanto hundimiento, tanta desolación… Este mundo que, lejos de arrodillarse ante Dios y pedirle amparo, solamente piensa en volver a aquello que dejó, infectado de poder, egoísmo y mentira… este mundo que no es capaz de percibir la novedad que, Dios nos está mostrando con este sinsentido que nos toca vivir.

Sin olvidarnos, de poner en la camilla a esas personas cercanas que, llevamos en el corazón y lo están pasando mal y a todos los enfermos que, hoy, nadie pedirá por ellos.

MOMENTO DE ORACIÓN

¡¡Levantaos, nos dice hoy S. José!! ¡¡Poneos en pie, como dijo mi hijo al paralítico!! ¿No os dais cuenta de que Dios está aquí para levantaros, para quitar vuestra enfermedad y hacer que recuperéis la verdadera vida?

 

PADECER CON LOS QUE PADECEN

Lo que más le gusta a una persona que está pasando un momento amargo de enfermedad, de soledad, de sufrimiento… es encontrar a alguien que se solidarice con él, que le comprenda, que le ayude… que, esté dispuesto a padecer con él.

Surgiendo en ello, el momento de la compasión. Ese momento en el que S. José entra en juego, porque tiene un corazón compasivo.

Pero, hemos de tener claro que la compasión no puede llevarnos a turbar a la otra persona. La compasión es ese sentimiento que nos invita a llegar hasta el enfermo: de puntillas, en silencio… a creer en él, a quererlo, a enjugar su llanto, a curar sus heridas… olvidándonos de la incomodidad que eso pueda causarnos.

La compasión, ha de ser la Palabra compartida, el gesto de ternura, la mano tendida al dar y al recibir… Ha de ser la luz que, haga al mundo un lugar mejor y más delicado.

  • ¿Es así mi compasión?
  • ¿Qué lugar ocupa la compasión en mi vida, en este tiempo de pandemia?
  • ¿Qué me diría, Jesús, de mi manera de ser compasivo?

 

YO HE VENIDO A SANAR A LOS ENFERMOS

Creo que, hoy, todos tendríamos que acercarnos al gran sanador, pues ¿quién no tiene alguna dolencia de cuerpo o de alma? Todos deberíamos llegar a su presencia como enfermos, como necesitados de salvación.

Pero hay otros enfermos de los que no quiero olvidarme y, a los que os invito a traer –como esos camilleros- ante Jesús. Son los enfermos que no tienen acceso al médico; que carecen de medicamentos; que no tienen una casa donde refugiarse; que, no tienen ni siquiera una bebida caliente para que los conforte.

Vamos a poner en la “camilla” a las familias de los enfermos. A sus hijos –algunos posiblemente pequeños- a los cuidadores, a todo el personal sanitario… y a todos los que tienen el alma herida y dolida porque no ven salida a sus padecimientos.

Preguntándonos desde lo más profundo:

  • ¿Reconozco al Señor, como el gran sanador?
  • ¿De qué querría que, me sanase hoy a mí?
  • ¿De qué quiero que, sane a los enfermos que llevo en el corazón?
  • ¿De qué querría que sanase a nuestro mundo?

 

MARÍA, SALUD DE LOS ENFERMOS

Hoy es, la Virgen de Lourdes. Y es precioso que, el día del enfermo este enclavado en una festividad de la Virgen. Porque ella, sabe mucho de dolor, de cruces inesperadas, de punzadas en el alma… sabe mucho de desconcierto y soledad… por eso, está ahí intercediendo por nosotros, ante su hijo, para que nos ayude en esta pandemia que nos acecha. Ya que María es: la gran intercesora.

A la vida de María – lo mismo que a la nuestra también llegó lo inesperado. Su hijo, tendría que cargar con una Cruz y caminar hacia su propia muerte. ¡Estaba desconcertada!

Eso mismo nos está pasando a nosotros en este momento de la historia. Como María, vamos viendo a los nuestros cargar con la cruz de la enfermedad. ¿Cómo ser capaces de imaginar lo que, una madre ha podido experimentar, cuando su hijo la ha llamado diciendo que estaba infectado de Covid y no podría verlo? ¿O un hijo, al que le haya dicho, eso mismo su madre? ¡Imposible contabilizar las lágrimas y el desgarro de tanta gente como se encuentra en tan nefasta situación!

Por eso, necesitamos saber que, la madre siempre nos está esperando para poner nuestras enfermedades y sufrimientos en manos de su Hijo. Ella es la intercesora entre Dios y nosotros, es la medianera de todas las gracias, la que arranca del corazón de su hijo cualquier favor por difícil que parezca.

Por eso, vamos a pedirle que interceda por todos los enfermos y necesitados. Pero también:

  • Por los que se han alejado de Dios.
  • Por los que han prescindido de los verdaderos valores.
  • Por los que buscar placer, sin importarles que los demás paguen su irresponsabilidad.
  • Por los que desprecian a los que, son capaces de ayudar sin pedir explicaciones.
  • Por los que, la indiferencia les hace olvidarse de los que están sufriendo…
  • Por todas esas agonías lentas y muertes anunciadas que, no somos capaces de asumir.
  • Y por esos desenlaces tan tristes que, se nos van presentando cada día.

 

No dejemos de pedir a María y a San José que, nos infundan valor, esperanza, valentía y conformidad, para que se cumpla en nosotros, la voluntad de Dios, lo mismo que se cumplió en ellos.

Y Dios… se hizo presente

Y Dios… se hizo presente

Dentro de unos días celebraremos la fiesta de La Candelaria. Y, si hay un día en la que, San José es protagonista –por sí mismo- es este: El día de la Presentación de Jesús en el Templo. Esto, no lo digo yo, lo dice el evangelista Lucas en los versículos de su evangelio que, se leerán en la eucaristía del día: “cuando entraban con el niño Jesús, sus padres, para cumplir con él lo acostumbrado según la ley…” José no está en segundo lugar, José no es “el otro” José es el padre que, Dios ha dispuesto para que cuide de su Hijo, con todas las atribuciones y todos los títulos. Allí estaban sus padres.

       Y es de destacar que, José en un acto de abandono total, el mismo que años después haría su hijo al subir a la cruz para salvarnos, cogiese a María y al Niño y subiese al templo para ofrecerlo a Dios. Aquí lo tienes, Señor. Es tuyo. Tú eres su Padre. –Lo sé bien- A mí me lo has dejado, para que lo alimente, lo cuide y le enseñé a ser… como Tú quieres que sea; pero, aquí lo tienes, Señor. Haz de él lo que quieras. Hagas lo que hagas, yo estaré de acuerdo contigo y te daré las gracias. Y a mí, inspírame la manera de cuidarlo y ayúdame a aceptar los planes que tienes destinados para él.

¡Qué enseñanza para los padres!

Con esta actitud, S. José nos está enseñando:

  • La grandeza de poder ofrecer nuestros hijos al Señor.
  • El honor de celebrar la vida de nuestros hijos.
  • Nos invita a dar gracias, por el inmenso regalo de la paternidad y la fidelidad.
  • Nos invita a ver a Jesús y enseñarle a nuestros hijos a que lo vean, como Luz de las naciones y luz de nuestra vida.

Y… ahí están los jóvenes esposos, en aquella fila, con el niño en brazos y una ofrenda –la de los pobres-, para entregar en el Templo, como mandaba la tradición.

A su lado pasa mucha gente, que en un día tan señalado, han llegado al templo para hacer su oración. Sin embargo nadie fue capaz de ver que, en aquella fila, estaba el mismo Dios, escondido en una criatura indefensa que, en brazos de sus padres y, con una humanidad como la nuestra, esperaba para ser presentado al Señor.

Esto nos alerta, de la importancia de que, nuestro testimonio sea luz que, ilumine los ojos de las personas que estén a nuestro lado.

No pongamos obstáculos. Perdamos el miedo a dejarnos encender, como verdaderas antorchas. Iluminemos el mundo, para que pueda ver la salvación que, Dios, ha venido a traernos.

“Cuando entraban con el niño Jesús sus padres, Simeón lo tomó en sus brazos y bendijo a Dios diciendo:

Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz; porque mis ojos han visto a tu Salvador.

(Lucas 2, 30-35)

JESÚS SE ENCUENTRA CON SU PUEBLO

Jesús fue presentado en el templo para cumplir la Ley, pero sobre todo para encontrarse con el pueblo creyente; sin embargo, el pueblo creyente, tanto el de entonces –como el de hoy-, no lo recoció.

Es posible que, si se presentase con más claridad, con un ropaje más adecuado, o en un sitio más correcto… pudiese ser reconocido, pero en esas zonas tan vulgares resulta imposible reconocerlo.

¿Acaso se le puede ocurrir a alguien que, Dios pueda estar en la fila del paro, o pidiendo limosna en la puerta de una Iglesia, o tirado en la calle con señales de muerte, o temblando de frío en aquella chabola, o muriendo de Covid abandonado y solo…?

No es que no queramos ver a Dios, ¡NO! Todos querríamos verlo; por eso conmueve tanto observar que, teniendo tantos deseos de ver a Dios, tan sólo –Simeón- un anciano que ya no podía con su alma que, estaba punto de decir adiós a la vida, fuese el único que lo reconociera en aquella fila mezclado con el resto de la gente que llenaba el templo.

Pero ¿acaso fue casualidad? ¡NO! El anciano Simeón vio al Señor porque estaba preparado. Había vivido una entrega incondicional a Dios y cuando aquel joven matrimonio pone a Jesús en sus brazos llega a sus ojos, semicerrados, tal destello de luz, que ante el asombro de María y José, declara a gritos que es “luz de la naciones y gloria para su pueblo Israel…”

  • Y yo ¿dónde y en quién reconozco a Dios?
  • ¿Estoy preparado, como lo estaba Simeón, para declararlo Luz de las naciones?
  • ¿Lo reconozco, cuando entra dentro de mí, en el momento de la comunión?

CON ROSTRO DESFIGURADO

Unos más y otros menos, todos arrastramos una vida trivial, fruto de la historia que nos condiciona. Acumulamos jornadas de esfuerzo y trabajo, de luces y sombras, de errores y fracasos, de incoherencias y de habernos olvidado del Señor. Una historia de experiencia del bien y del mal, de dolor y de lágrimas, de ruido y despilfarro… Y, en medio de tantas circunstancias adversas, nos ha resultado imposible ver al Señor.

Pero, también, es verdad que, en el desgaste de nuestro caminar ha habido veces en que, hemos reconocido el Rostro desfigurado de Cristo y nuestro corazón se ha conmovido, y aún en medio de tanta oscuridad, de tanto sufrimiento y de tanta pandemia, hemos sido capaces de ver centellear una luz distinta a la que, veníamos viendo brillar hasta ahora.

Y hemos sido capaces de darnos cuenta de que, aunque la historia de las personas se va separando cada vez más de la historia de Dios, Él sigue ahí, en cada fila, en cada dolor, en cada acontecimiento… poniéndose delante del ser humano, para mostrarle su cercanía y su resplandor; aunque, tristemente, no logre ser reconocido.

¡Qué importante sería, reconocerlo en medio de tanto desajuste como nos ha traído esta pandemia! Qué bueno sería verlo oculto en el traje de cada médico, de cada sanitario… en los entubados, tirados en la cama llenos de dolor; en las familias, de los que van partiendo hacia el hospital, sin saber si volverán a verlos; en los que han perdido su medio de vida… Qué importante sería que abriéramos los ojos para ver a Dios, donde solamente vemos sufrimiento. Porque aunque no lo veamos o no queramos verlo, Dios está. Porque, Dios siempre está donde alguno de sus hijos sufre.

  • ¿Qué luces alumbran mi vida?
  • En este momento ¿las tengo encendidas o apagadas?
  • ¿Soy capaz de ver a Dios, en medio de la humanidad sufriente?

 

SAN JOSÉ CONSAGRÓ SU VIDA A DIOS

El día de la Candelaria, la Iglesia celebra La Jornada Mundial de la Vida Consagrada, pero ¿qué tiene que ver eso con S. José? Pues aunque nos parezca raro, tiene muchísimo que ver; tanto que, muchas congregaciones llevan su nombre.

  1. José como cualquier consagrado, le ha dicho sí a Dios, le ha consagrado su vida. Y, al decir Sí a Dios, su vida ha experimentado un éxodo, ha salido de sí mismo, para entregarse a Él en cuerpo y alma.
  2. José ha obedecido a Dios, en algo imposible de aceptar, porque en lo más profundo de su ser, ha escuchado esa moción interior que, la persona sabe distinguir, de cualquier otra propuesta que recibe.
  3. José, ha escuchado que Dios le decía: “te basta mi gracia” y se ha olvidado de su debilidad. Ha entendido, como luego diría el apóstol San Pablo que, la fuerza se realiza en la debilidad. (2 Co 12, 9)

Y, cómo no, S. José vivió la pobreza. Esa pobreza que, “enriquece” a las personas; que las hace humildes y les ayuda a vivir desde la humildad. Esa pobreza que se aprende tocando la carne de Cristo en los pequeños, en los desfavorecidos, en los despreciados de la sociedad. Esa pobreza que, S. José aprendió –en directo- queriendo, abrazando, acogiendo a su hijo en lo más profundo de su corazón.

  • ¿Cómo veo yo la Vida Consagrada?
  • ¿Significa algo para mi vida?
  • ¿A qué creo que se debe la falta de vocaciones que sufre la Iglesia?

Esta semana, vamos a dedicarla a orar por la vida.

  • Por la vida de los que se nos han ido.
  • Por los que no respetan la vida.

= Tanto de los no nacidos, como de los ancianos=

  • También por los que se dedican a dar vida y a salvar vidas.
  • Oraremos, por todos los consagrados,

en especial, por los que estén pasando momentos de duda.

  • Y, de una manera especial, oraremos por el Papa Francisco.
  • Oraremos, también, por todo el clero.

Y por todos los que, cada día ofrecen su vida al Señor

desde la situación que están viviendo.

Esta lista se puede alargar todo lo que queramos.

Que cada uno la haga suya y la alargue cuanto quiera.

El valor de lo cotidiano

El valor de lo cotidiano

Esta atípica Navidad, á la que hemos bautizado de atípica, -pero en la que Dios ha nacido y ha venido a nosotros lo mismo que siempre- ha terminado. Volvemos a lo cotidiano, pero lo cotidiano de este momento, es seguir viviendo en la imprecisión que nos acompañaba antes de que llegase. Y con este final de la Navidad, quiero añadir a la temática que os venía compartiendo, otra realidad que nos acompaña.

Sé bien que, a estas alturas todos sabéis que, el Papa Francisco ha querido dedicar este año a San José y, precisamente, quiero que sea S. José, el que acompañe nuestra oración, durante este año.

No era de extrañar que, el Papa tomase esta decisión dado el gran cariño que le tiene. Pero además de eso, todos hemos comprobado que, la línea del Papa Francisco va siempre por la gente sencilla, trabajadora; por la que no destaca en nada, por la que se santifica haciendo bien su trabajo, por la que sabe dar sin pedir compensaciones, por la que tiene siempre las manos tendidas para servir… por esos que, –como él los llama- son los santos de la puerta de al lado- y… ¿quién cumple mejor esos requisitos que S. José?

Por eso, al cumplirse el 150 aniversario de la declaración de San José, como Patrono de la Iglesia Universal, el Papa ha querido dedicarle –muy merecidamente- este año. Un año que, comenzó el 8 de diciembre de 2020 y terminará el 8 de diciembre de 2021”

         MOMENTO DE ORACIÓN

Llegamos al momento de oración. Dejamos lo que estamos haciendo. Hacemos silencio, nos serenamos… dejamos a un lado todo eso que nos preocupa… respiramos profundamente… Tomamos conciencia de que estamos ante el Dios de la vida… y llenos de paz comenzamos la oración.

 

SAN JOSÉ, UN HOMBRE QUE VIVE DE SU TRABAJO

De S. José, hablan poco los evangelios. Pero lo primero que sabemos de él –antes, incluso, de su compromiso con María- es que, era un hombre trabajador; vivía de su trabajo. Un trabajo normal. Él no era jefe, ni tenía un despacho deslumbrante, ni un cargo que le proporcionara suculentos beneficios… pero él, era un trabajador, un obrero que tenía los ojos puestos en Dios y con sus manos y unas rudimentarias herramientas, hacía extraordinario lo que parecía ordinario.

Nosotros también teníamos un trabajo y pensábamos que después de Navidad volveríamos a él. Pero, todo esto se ha trastocado. Vivimos un momento en que, la incertidumbre del trabajo nos amenaza y el número de parados sube constantemente.

Por eso creo que, quizá sea este, el momento oportuno para acercarnos a San José y pedirle que nos ayude en este difícil trance. Y que nos recuerde que, por mucho que el trabajo fracase, no podemos quedarnos parados. Tenemos la responsabilidad de colaborar en cualquier tipo de tarea que ayude a salir de esta pandemia; que ayude a mejorar la vida de los demás, que ayude a encontrar otras alternativas, nuevos tipos de trabajo… y que ayude, en definitiva, a transformar el mundo.

  • Y yo ¿qué personas conozco que están ayudando altruistamente a los demás?
  • ¿Valoro su trabajo y su donación desinteresada?
  • ¿Me está haciendo ver, todo esto, la importancia de la gente normal que, lejos del protagonismo, infunden paciencia y esperanza compartiendo con los desfavorecidos los dones que, Dios ha depositado en ellos?

 

EL TRABAJO, UN COMPROMISO

  1. José se da cuenta de que, al mundo del trabajo, hay que ir a algo más que a trabajar. Se da cuenta de que, al mundo del trabajo hay que ir a ilusionar, a dar impulso, a ofrecer lo que para nosotros es el motor de nuestra vida: Dios.

       Y yo creo que, precisamente esto es lo que nos está fallando. No sólo nos ha fallado el trabajo que teníamos, sino el compromiso de mejorar a los demás por medio de él. Por eso me parece que, estamos es un momento clave para evaluar lo que poseíamos; para examinar nuestros objetivos; para ver… si lo que, en realidad buscábamos a través –del trabajo- era la productividad, o era mejorar la creación… Creo que, es el momento de darnos cuenta de que, lo que en realidad nos fallaba era la vida interior que tenía S. José, pues esa vida de dentro era la que, precisamente, le daba ese dinamismo hacia los demás, ese ofrecer su maestría desde la gratuidad, ese reflejar -en lo que hacía- el rostro de Dios.

  • Y yo ¿cómo valoro mi trabajo?
  • ¿Qué busco a través de él?
  • ¿Cómo hago mi trabajo?

 

EL TRABAJO, QUE DIGNIFICA

Necesitamos tener presente, que hay otra clase de trabajo. Que, no sólo existe el trabajo que nos produce unos beneficios para poder vivir como nos gusta; que hay otro trabajo que, sirve para alimentar y nutrir a la persona por dentro y es, el trabajo que dignifica y  hace crecer.

Es, ese trabajo que, nos lleva a cuidar y cultivar las semillas que Dios ha depositado en nuestro corazón. La semilla de la fe, de la confianza, de la bondad, del servicio, del amor… Un trabajo que, nos induce a solidarizarnos con los que sufren por falta de empleo, por salarios bajos, por falta de cultura, formación, por falta de principios religiosos…

El trabajo, ha de ser también, un medio de santificación; ofreciendo con amor, a los demás, todo eso que hacemos.

Para ello, busquemos a Dios como compañero de trabajo. Os aseguro que, nunca comprenderemos debidamente, lo que cada uno somos capaces de hacer, cuando dejamos que Dios lleve las riendas de nuestra tarea.

  • Y yo ¿me solidarizo con las personas que han perdido su trabajo?
  • ¿Me dignifica el trabajo que hago?
  • ¿He pensado qué, puede ser –para mí- un medio de santificación?

 

Para terminar, diremos al Señor:

Señor, Dame la gracia de apreciar mi trabajo.

Dame la gracia, de verlo como un don y no, como una carga.

Haz que me dé cuenta de que, con lo que hago

puedo hacer mucho bien, o mucho mal,

puedo crear o destruir,

puedo amar a los demás o puedo molestarlos,

puedo hacer que, los demás sean felices o desdichados.

 

Por eso, me pongo en tus manos, Señor,

no permitas que, lo haga mal,

ni que nadie sufra por lo que hago.

Dame: fortaleza, paciencia, perseverancia…

dame… el coraje necesario para poder hacer mi tarea,

como Tú quieres que la haga.